MONTES y NIEVES
(30 AÑOS EN LA CORDILLERA DE LOS ANDES)

Autor José Miguel Aranda
Dedico este libro: A mi esposa María
Luisa Bustos, abnegada compañera y
amantísima madre, cuya invariable
adhesión perdura a través de más de
40 años de unión.
A mis hijos: Mario, Nelo y Lita y a
mi tia Custodia Zuloaga, una de las
más prestigiosas educacionistas de 
nuestro medio, que en su ancieanidad
alienta al estudioso y ora por la felicidad
de los hogares.

PRIMERAS PALABRAS
por Ezequiel Ortiz Ponce

El fino observador; el ser solidario y el espíritu capaz de identificarse con el imponente paisaje de la montaña, podrían ser los calificativos del autor que entrega el fruto de sus observaciones, una vida entera, a la consideración del lector. No es el novelista que compone situaciones ni busca argumentos para obligar a inclinarnos sobre la página; es el hombre que ha coparticipado de un Mundo de inquietudes, extraño, lejano a nosotros, incomprendido a veces y siempre magnifico, siempre admirable.

No pretendamos encontrar en las páginas que siguen planteos filosóficos ni enigmas que apasionan. Es una prosa simple, un relato cronológico, casi periodístico, de una existencia que estaba condenada a la inercia impuesta por la monotonía del horario y que supo encontrar en las mil facetas que proporciona un paisaje cambiante, imponente, majestuoso y a veces temible, una vocación apenas confesada: escribir. Son modestas
estampas, reseñas de episodios que se sucedieron en la giba imponente de América, allí donde los hombres se empeñan en reunirse para comparar su propia pequeñez con la grandeza de la naturaleza. Cuando la vida le señaló el recodo del descanso, cuando había rendido todo cuanto el mecanismo cronométrico le había exigido, entonces pensó en sus sueños, en sus anhelos, en sus esperanzas postergadas, y escribió estas páginas. Son apenas, la historia de muchas vidas y la expresión de su anhelo de hombre llano, callado, disciplinado, ceñido al monótono quehacer ferroviario.

No hay, probablemente, una guía tan completa de la lucha del hombre contra el cerro. Tampoco hay un compendio tan nutrido de fechas, escritas para la historia, de tumbas que se abrieron tarde o no se abrieron aún, para recibir a los que rindieron el más caro tributo por el sueño de vencer la cima cruel y despiadada. Es, podría decirse, la crónica escueta de cuantos soñaron la gloria infinita e ignorada de pisar la cumbre, tal vez para mirar el mundo do a sus pies, quizás para sentirse un poco más cerca de Dios,  invocándolo desde la antesala helada, en el predio de las nieves eternas…
Índice
CAPITULO I
Ascensiones al Aconcagua y Otros Montes.


CAPITULO SEGUNDO
Acataciones Sobre el Aluvión de 1934.


CAPITULO III
La Vida en la Cordillera de Los Andes.


CAPITULO IV
Odisea de un Empleado.


CAPITULO V
Episodios Tristes

INTRODUCCION
Nos proponemos hacer un relato de hechos, cosas y costumbres conocidas durante una estadía de treinta años en la Cordillera de Los Andes, sector central, Provincia de Mendoza.
Un relato sencillo, sin pretensiones, sin rebusques, tal como hemos visto las cosas y tal como las hemos sentido. Un relato humano hecho por un ser humano.
Versará sobre la vida ferroviaria - que es el medio en que hemos actuado - ­ y comprenderá también, cosas desarrolladas conexamente, así como las costumbres lugareñas en las que hemos sido parte activa.
Claro está que se trata de acontecimientos de una importancia suficiente para interesar al lector, o a alguna rama del poder público en su caso. Así, por ejemplo, al describir accidentes de los trenes o vehículos; nos referimos a aquellos casos de extraordinaria importancia o que ofrecen una nota realmente curiosa.
Al hablar del caso "odisea de un empleado", no es juzgándolo bajo el punto de vista individual, sino en su aspecto social. Para hacerlo hemos examinado varios casos muy similares, dejando de lado muchos que, aunque elocuentes a nuestros fines, no reunían las particularidades de aquél.
A mayor abundamiento diremos que nos hemos guiado, según la naturaleza de los hechos, por la documentación original. Se trata de cuestiones intergiversables y están entre nosotros casi la totalidad de las personas que han actuado o han sido testigos de vista.
La posición que adoptamos tiene tanta más razón de ser cuando el relato, especialmente en acontecimientos producidos en la nieve o resultantes de ella, pareciera muchas veces exagerado, ya por su magnitud, ya por lo extraordinario.
La cordillera es insondable, maravillosa; parece ella sola un mundo. Es bravía o acogedora, inhóspita o auxiliadora. Así, a las furias de las tormentas de nieve que achican y desconciertan, al alud demoledor que espanta, al huracán impetuoso que arrasa; se sucede la diafanidad y el esplendor, la calma y la majestad, el hálito y el sosiego.
La vida es penosa y triste. Con frecuencia los pobladores quedan aislados tanto en medios de movilidad, como en cuanto a comunicaciones alámbricas, y en tal circunstancia, el espíritu se empequeñece y el alma se contrae, los días son más largos y las noches angustiosas, añádase que muchas veces faltan los alimentos. . .
Las noches, interminables noches, a la luz tenue de una lamparilla a kerosene oyendo el gemido ululante del viento; atormentan y acosan! El relator recuérdalo ahora como afligente pesadilla. El hombre en tal estado de ánimo de tanto pensar no piensa en nada porque pierde el sentido del razonamiento. Mas, el vehemente crepúsculo, los mil colores de los picachos que asoman de entre la nieve, el plenilunio ante la inmensidad nevada, los arco­iris respaldados en las faldas de los montes, les soberbios glaciares, las elevadas y grandiosas cumbres; mitigan pronto los dolores y reconfortan el alma y la escena se repite sin término de continuidad. Por eso el que alcanza una cumbre exclama siempre en tonante grito: Señor!, Señor!… Gracias os doy!!!
Es que allí nadie es grande, nadie por mas osado que sea, allí lo grande, lo inmensamente grande, es la naturaleza en una de sus manifestaciones mas magníficas. Allí se comprende cuan pequeño y accidental es el hombre en el universo.
Cierta tarde, tiempo ha, a la puesta del sol, hallábase el relator contemplando el glaciar inferior de El Tolosa, bañado por un rayo de sol que, puesto ya tras el cordón fronterizo, surgía por entre des picos; de pronto el disco lunar apareció detrás del glaciar y fue tal el juego de luces, que, gozoso, llamó a voces a otros vecinos y les fue dado contemplar una radiante belleza.
El desprendimiento del alud, es algo tan soberbio que jamás se borra de la mente de quien lo contempló. Gramaticalmente el alud es la caída de las nieves de los montes a los valles en gran cantidad y con estrépito, y quien lee eso tiene la denominación de una cosa y le que es; pero ignora el hecho específico. Vale la pena una explicación práctica sin pretensiones geológicas. Sabido es que el alud se desprende de donde el acumulamiento de nieve es favorable por las características del terreno y no de todos los montes. Estos pueden contenerla durante toda la temporada hasta el deshielo o permiten su desprendimiento paulatino a medida que va cayendo. Para que se produzca el alud es necesario que la fisonomía del monte permita el acumulamiento de grandes bancos de nieve en algunas cumbres o en los faldeos. Generalmente les cerros tienen una pronunciada pendiente desde los valles hasta cierta altura 200 ­ 500 ­ 1000 metros, luego una placeta u hondonada, allí se acumula nieve y cuando están colmadas, puede producirse en cualquier momento el desprendimiento, el que tiene efecto, ya por un sismo, a causa del movimiento ondulatorio de los trenes, ya por la caída de una piedra, por una detonación de arma de fuego y hasta por un grito humano; y la masa incontenible entonces, conmueve la tierra y arrasa con todo lo que encuentra a su paso, corriendo variadas distancias hasta que otro monte la detiene.
Es así como el alud que habría de motivar el aluvión de enero de 1934, a que nos referimos mas adelante, recorrió 17 kilómetros y aquel que destruyó la estación ferroviaria Caracoles en 1941, que también se describe en otro lugar, corrió 7 kilómetros.
Empero al acontecimiento pavoroso o triste se sucede el encanto y lo sublime.
Las masas de nubes blancas (cúmulos) que es común ver desde altitudes superiores a 2.000 metros - ­las hemos visto mil veces desde la cumbre de Uspallata y desde el valle Puente del Inca­ - y que se tiene la sensación de estar contemplando un inmenso campo de algodón en flor, son desde aquellos puntos de vista, escenas maravillosas. Las hemos contemplado también desde el avión a tres mil metros al llegar al Atlántico, desde tal punto de mira se nos figuraban los lejanos montes del Andes.
Los glaciares representan uno de los mas hermosos episodios de la naturaleza; en otro capitulo ofrecemos un esquema de ellos.
Alguna vez, en el corazón de la cordillera desde un caprichoso valle cercado de altos picos, tendido en el lecho formado por las prendas de la montura, dejando correr la noche apacible y silenciosa, silencio apenas interrumpido por el murmullo del arroyuelo que corre al fondo, contemplando las alturas a la luz de la luna llena, observaba las formas caprichosas que iban apareciendo a medida que la luz daba en las partes privada de ella, y ya el conjunto semejaba una Ciudad dormida, un mar tranquilo, un bosque o muchos arroyuelos, o ya un cementerio, un prado, un escenario teatral etc. etc. Desde 5.000 metros de altura la escenografía que puede contemplarse es tan grandiosa que, para dar una idea, podríamos multiplicar por 100 las escenas que hemos descripto. Cuanto no será entonces desde las cúspides visitadas por los reyes de los montes! Debemos decir también con respecto al ferrocarril, que todos saben de sobra, que para viajar en un tren se adquiere un pasaje, se sienta uno cómelo o incómodo y a través de montes y llanos llega a su destino, a veces hasta en horario. Pero la gran mayoría ignora los mil menesteres previos a la corrida de un tren, tanto mas en ferrocarriles de montaña.


NOTABLE SUCESO CONMUEVE A LOS POBLADORES DE
PUNTA DE VACAS


Antes de entrar en materia y a manera de introito relataremos brevemente, un notable suceso. En el verano de 1916 el aviador argentino Pedro Zani, pretende cruzar los Andes en un pequeño avión, por rotura de una biela aterriza en Punta de Vacas. Reparada la falla vuelve a elevarse días después desde un pequeño campo improvisado pero por fuerzas extrañas pierde altura diez kilómetros mas abajo; se precipita al suelo y se destroza. Zani que saltó instantes antes que el choque se produjera, resulta ileso. Como se sabe este piloto se hizo famoso por sus extraordinarias hazañas, como la doble travesía de los Andes (1920), su vuelo Amsterdam­-Tokio, etc. Alcanzó el grado de general y falleció en un accidente automovilístico acaecido en Buenos Aires en 1942.